Por pegajoso y ñoño que pueda parecer, sí es cierto que se me acumulan los buenos propósitos y las ganas de ser amable con el resto del mundo (hay quien dice que soy un cactus) especialmente en estas fechas. ¿Hipócrita? Tal vez. Yo lo definiría más bien como una tendencia natural de camuflaje y adaptación al medio. No soy la malvada Bruja del Norte el resto del año pero no puedo evitar que se me note la Navidad.
¿Y los regalos? Dios, me encanta comprar regalos, es probable que se deba a mi educación en el detallismo y la complacencia que mi madre lleva por bandera todo el año (y que no niego que comparto). No puedo evitar pensar en lo óptimo de un regalo para una u otra persona que, en ocasiones, ni siquiera esperan un regalo mío y, sin embargo, lo agradecen con satisfacción. Ni siquiera me resisto, tengo complejo de Papá Noel (y un escaso presupuesto del que procuro sacar el máximo partido), pero, ¿no es grave, verdad, doctor?
A pesar de los muchos que detestan las fiestas clasificándolas como "puro marketing", es posible que tengan razón, la Navidad es la excusa perfecta para sentirnos melancólicos, sensibleros e ilusionados como niños con sus juguetes nuevos. No son los regalos, es el aire, el brillo y probablemente el cava de una y otra cena...pero da igual, la sensación es casi onírica y sí, ME ENCANTAAA.
MUY FELICES Y MÁGICAS FIESTAS!